¿Sabías que gracias al plagio musical se ha podido conservar gran parte del patrimonio musical de la Edad Media que hoy en día disfrutamos?

El procedimiento del contrafactum fue una de las prácticas más habituales durante la Edad Media. Consistía, simplemente, en la reutilización a conveniencia de músicas de otros autores. Trovadores y poetas no tenían ningún escrúpulo en apropiarse de melodías ajenas para hacerlas suyas, modificar la música a su antojo y adaptar un nuevo texto de creación propia. Naturalmente, para que ello fuera posible, era necesario que la nueva propuesta pudiera ajustarse al esquema métrico, rítmico y formal del modelo original.

Lo que llama poderosamente la atención es que esta técnica, que a día de hoy supondría una dolosa infracción de los derechos de propiedad intelectual, e incuso podría conllevar severas consecuencias penales, en aquellos momentos era entendida como una actuación naturalmente extendida y aceptada. De hecho, el monumento más importante de la lírica de la Europa medieval: las Cantigas de Santa María  del rey Alfonso X «el sabio», se nutrió ampliamente de diferentes fuentes musicales perfectamente seleccionadas.

Pero no fue solo el monarca castellano quien tuvo a bien hacer uso de estos «préstamos musicales»; otra figura fundamental de la lírica monódica francesa, Gautier de Coinci, sucumbió también a esta tentación. Sus chansons a la Vierge, contenidas en otro de los tesoros del medioevo musical: los Miracles de Nostre-Dame, son contrafacta (reutilizaciones) de muy diversos orígenes: Carmina Burana, Chansons de autores concretos, piezas de autor y anónimas de la escuela de Notre-Dame y otras cuyo origen es incierto.

La música trovadoresca durante la Edad Media se transmitía y se perpetuaba por tradición oral. Y esta es la razón por la cual, la mayor parte de esta música se ha perdido de manera inexorable. Sin embargo, gracias al uso del contrafactum, se pudieron salvar y perpetuar una pequeña parte de aquellos añejos sones musicales que, en su día, viajaron de manera libre e itinerante por plazas y castillos.

Es curioso e incluso paradójico saber que fue el «plagio», o contrafactum, el responsable de que hoy podamos congratularnos de la conservación de un patrimonio histórico y musical que, de otro modo, se hubiera visto parcialmente perdido de manera irremisible.

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